El consumo me consume

Pamela Baeza


Agobiados por los ritmos actuales de vida, presionados por las demandas de una sociedad altamente compleja e hiperestructurada, los individuos modernos operamos en modalidad automática para satisfacer las necesidades de un sistema social que, a estas alturas, parece haber deformado sus motivaciones iniciales encaminadas a la búsqueda de la libertad, el bien común y la tan anhelada felicidad.

Sin duda ha habido una profunda transformación de la naturaleza de “lo deseable”, un proceso que puede ser denominado como externalización del deseo, es decir, el deseo se ha trasladado o desplazado desde las profundidades hacia la superficie. Lo que importa es lo que se ve, el envoltorio, la apariencia del ser. Lo accesorio se posiciona en la actualidad como lo esencial, y en última instancia, como el fin último de nuestra existencia.

La deseabilidad del consumo es alimentada por el circuito motivador del hedonismo, que no es más que la búsqueda del placer y la supresión del dolor como razón de ser de la vida. La moralidad del consumir, como el acto pleno de la modernidad.

¿Qué pasó con esa búsqueda por la libertad, la democracia social y el bienestar común? ¿Dónde quedaron esos guerreros que lo dieron todo por “la gran causa”, y entregaron su vida a cambio de algo tan imperceptible como es el honor? Será que todos estamos cansados de luchar. Será que los motivos del ayer son añejos y anticuados. Será que las utopías no tienen cabida en la realidad. Qué pérdida de tiempo! Será que, en un mundo desprovisto de sueños y anhelos, es mejor enseñar a nuestros hijos el arte de adquirir, más que el de entregar. Porque la adquición lo es todo, y entregar resulta una terrible barbaridad.

Así, el deseo que motiva el consumo no puede ser la mera posesión, ya que esta sólo puede referirse a las personas y no a los objetos. Más bien estaríamos hablando del deseo de la adquisición, ya que se trata de móviles que no surgen de la interioridad del ser, sino de las capas exteriores. La tendencia adquicisita es un comportamiento artificial, y sin duda, constituye una operación cultural necesaria para realizar la acumulación en las sociedades capitalistas.

La crítica al consumo como deseo y placer no debe provenir de una mirada puritana. Más bien, parece cada vez más necesario sumergirnos en una crítica interna de ese deseo, que muestre cómo agobia o esclaviza o fragmenta. Es decir, lo que debe criticarse es el consumo hedonista, que en la actualidad adquiere un carácter obsceno y esclavizante, regenerando  sistemáticamente, una y otra vez,  el síndrome del individualismo.

De lo esencial a lo accesorio…
Cuántos deseos son desplazados por la instalación del consumo!
¿Cuánto podremos resistir en el sin sentido de una vida superflua y banal?

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